lunes, 19 de abril de 2010

Romeo y Julieta


Éramos Romeo y Julieta, afuera, en un jardín, cantaban las golondrinas llamando agua mientras nosotros solo nos veíamos los rostros. Él me incitaba a acercarme pero no, yo solo quería contemplarlo aquella tarde.

Le dije que cerrara los ojos, que saliera de esta ciudad por un rato, que cuando contara tres corriera justo en el espacio donde se juntan la arena y el agua del mar, que si me llegaba a resbalar, no dudara en seguir, igual iba a levantarme, y así fue.

Los cerró, dibujó una enorme sonrisa en su cara y me decía la arena esta suave y calientita. Grité: uno, dos y tres... ¡corre!, mientras yo corría a su lado tomé su mano y le dije escapa lo mas rápido que puedas.

Él se detuvo, me dijo que no quería escapar, que solo quería seguir en aquella arena calientita unas cuantas tardes mas, que no quería dejar de soñar a mi lado, que no me fuera, que no me alejara, que fuera su amiga, de nuevo su confidente.

Me dijo que siempre alguien le había dicho que se alejara de Julieta siempre que lloraba en las escaleras, pero que su alma era tan fuerte, que siempre encontraba el lugar en la inmensidad para llevarme a admirar garzas. Abrió sus ojos, se levanto del prado, me dio un beso en la mejilla y me dijo: hasta pronto.

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Ahora somos Romeo y Julieta, a secas; y lloramos en las escaleras de nuestras casas, suplicando que ni el uno ni el otro se vaya, vivimos caminando sobre arenas calientitas, pero rara vez sentimos la marea en esencia... seguimos recordando esas tardes en el jardín, con la gran diferencia que desde esa tarde el 'hasta luego' fue un hermoso fin.

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