sábado, 10 de abril de 2010

Entre suspiros me encontraba...



Era tarde, el sabia que había llegado la hora, que Jane moriría, y que ya no había tiempo para seguir sentado en el prado sintiendo la neblina. Entonces corrió rápido a su cuarto, ella allí lo esperaba postrada en cama, triste, (des)esperanzada, pero feliz, Harvey estaba allí.

No la había dejado sola un solo instante, mucho menos en el segundo de su muerte le faltarían sus miradas deseosas de caricias, se regalaron la última sonrisa, aquella que solo ellos dos entendían, y yo desde la puerta me sentía orgullosa de tal imponencia del sentir.

Harvey se acercó tanto como pudo, sin tocarle siquiera un centímetro de su destruida piel, justo antes de llegar a besar su boca, se detuvo, la vio, cuadro su boca justo en el ángulo donde no se le escapara la esencia de Jane, la tomo de la mano, Jane sabia que había llegado el momento.

Con un suave gemido de dolor, con una ultima mirada deseosa de caricias, de pasión, apretó su mano, y exclamo: ¡Adiós!. Cerró sus ojos, postro de nuevo su cabeza en la almohada, calló para siempre aquella poeta.

Harvey no lloró, se veía inmensamente feliz, era algo que nadie esperaba sentado en la silla donde Jane escribía solo decía: He acercado tanto mi boca para que tu "adiós" sea mi ruta directa al sueño prolongado de vivir, he acercado tanto mi esencia que tu esencia ahora esta dentro, creo que te amare para siempre Jane, te cumplí, no deje escapar ni un centímetro del alma que un día me diste en aquella sabana violeta, en aquel desolado cuarto, que con tu sonrisa tuvo poesía...

Desde aquel 7 de Agosto de 1945, Harvey toco todos los días la misma melodía en su piano, se sentó a la misma hora en el prado, y visito aquella casa blanca desolada cada atardecer naranja... él ahora era la tinta de sus iniciales, la segunda cuerda de su guitarra.

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