lunes, 11 de junio de 2012

Usted vale la pena, cualquier pena...

-I.B-

¡Ya! que me falla la memoria...



Esperando a ser hallada, la encontró…

Escribir un guión de la vida propia se complica. No todas las veces se está en disposición de contarle a cualquier lector que conoces del mundo, algo de aproximación.

Entonces uno se llena de pánico, porque nunca se sabe quien va a leer, con que tono, con que supuesta historia lo relacionarán y al final nada importa.

Ahí estoy yo, afanada en mi casa porque llegué tarde hasta a mi nacimiento, arreglándome el pelo, el pelo que nunca acepté. Corriendo desnuda por mi casa pensando que usar, en como me verá, si creerá que me veo muy seria o excesivamente juvenil, no me gustan las fiestas, y eso no implica que no me guste el licor, pero definitivamente no me gusta el gentío, ni el escándalo, la variación de la música, el exceso, no puedo parecer demasiado juvenil, no lo soy, al menos dentro de la definición de juventud para los jóvenes.

Él es joven, tiene a penas unos veintinoséquenúmerovaacá. Siempre he creído que hasta los 18 se cuenta con exactitud, de ahí para ya todo da lo mismo en algún punto.

Distraída desde el inicio hasta el final, para completar me falla la memoria, me dicen cosas que no debo olvidar y eso parece un indicador para ser lo primero que olvido. Es grave, pero tampoco me muero por saber que es lo que debo tener en mente.

Me termino de arreglar, tengo el pelo perfectamente liso, castaño claro, con un flequillo que jamás tendrá lugar, me pongo el pelo delante de las orejas y dejo que me acaricie la cara ya que el viento frío la ataca.

Tomo un bus que me dejará a dos cuadras de ese lugar, tendré que caminar, eso hará que el rosado de mis cachetes se pueda disimular con el esfuerzo de los pasos aunque sea evidente la cercanía del lugar, 45 minutos en el bus, voy tarde una vez más.

…Si me quiere me va a esperar, si no me espera que se vaya.

La avenida concurrida está ahí, lo de menos es el recorrido pues el inicio es el final, ahí lo veo, sentado en calma, porque es calma y desde ya lo puedo notar. Efectivamente estoy más rosada que un clavel, es ese rosado fuerte que empieza a palidecer, él no sabe que soy yo, por alguna razón se que él es él y ¡demonios! me quedo parada en la esquina de ese almacén esperando tener el valor para acercarme y caer sobre el sin darle oportunidad de revelarse.

Entonces paso la calle, me enfrento a algunos carros que me quieren obstaculizar, bueno, acepto que esto es solo drama para la historia.

Llego a él, como si nada más pudiera pasar lo abrazo con fuerza y no lo dejo decir “hola”, sería entonces lo más común y empezaría a bostezar y todo acabaría como todo acaba ¡no! es excesivamente guapo como para que acabe como si fuera alguien a quién no vería ni en 357 pasos, entonces me da un beso en la mejilla y me invita a sentarme en un lugar en el que todos se sientan, pero no se siente como si todos te invitaran a sentarte en ese lugar, es una cosa extraña, tan extraña que me toma de la mano sin decirme nada.

No cuestiona mi demora, hablamos de personas que poco nos interesan en realidad, pero que introducen bien nuestras vidas...me invita a tomar un café, y pienso que voy a ir al café donde he ido más de no sé cuantas veces. Pero como el error buscando la persona para cometer la equivocación, agarra mis dos pequeñas manos llenas de heridas por una vida que acaricié hasta que me dolió y caminamos en forma vertical, como subiendo al cielo.

Ahí, justo ahí donde el semáforo parte la ciudad, la ciudad misma cambia, deja de ser agitada y esparce un aire de tranquilidad, no puede ser diferente estar con una persona que me acaricia las pestañas con cada suspiro que da, cada que se ahoga. Hace comentarios sobre animales, comida, actitudes que no puede tolerar, de vez en cuando me roba una sonrisa y no puedo dejar de pensar que lo quiero para mi vida, bueno para mi vida no, en mi vida suena mejor…

Es extraño, todo es extraño, una luz naranja se posa sobre el lugar, una luz tan naranja que no puedo grabar su color de piel original, toda la tarde es confusa, no he visto la hora una sola vez y no quiero verla porque de nada sirve.

No puedo crear largos párrafos al describir la sencillez de un encuentro que no parece fugaz, porque si algo se disfraza de eternidad, sencillamente no puedes contárselo al mundo porque es demasiado inmenso para las letras, y estas son finitas y concretas. Como las matemáticas hechas poesía, pensando en la métrica, en la cantidad de sílabas.

Estamos ahí, él y yo, en un café y en una frase juntos y también separados.

…Debo recordar que mi vida tiene compromisos y que la libertad es utopía.

Nos dirigimos a la caja del lugar, pide un capuccino y pido un latte, de esos que solo se toman a las seis de la tarde; el problema es que no sé si son las seis. Con las uñas cortas y trozos de dedos nerviosos congelados por la impasible Bogotá, golpeo la mesa intentado crear un ritmo para la conversación.

…Fracaso.

Como si hubiéramos invocado un motivo para acercarnos un poco más sin levantar sospechas, caen gotas oliendo a humedad, las personas corren como hormigas cuando acaba la primavera, las calles parecen un mar, al menos un río de ciudad, los árboles rugen siendo la autoridad, el viento es fuerte y golpea, tiene instinto protector y entonces corre su silla esperando a ser golpeado, asustado, humedecido, ahuyentado él, anteponiendo todo su ser por verme bien, entonces es demasiado tarde…

He permitido que entre, que llegue a lo que soy, si tenía un espacio ahora era nuestro. El café se está enfriando y no hay nada más puto que un café frío cuando hace frío, si eso ha de suceder, tendré que buscar un beso, calidez, no puedo morir de frío, de un golpe, de depresión pero de frío no… pero debo recordar que mi vida tiene compromisos y que la libertad es utopía.

-Lo siento.

-No hay porqué.

Aparece un perro que nos da a las rodillas, los dos rondamos el metro con setenta centímetros, se llama Facundo y su dueña no parece ser de acá, en este momento nada es de acá, ni esa mujer, ni Facundo, ni el café, ni el aguacero que está por caer y mucho menos él.

Así que hacemos una pausa en tanto antojo de dos y acariciamos el perro pensando que algo va a cambiar, lo que no sabemos aún en ese segundo antes de que sea futuro es que por el contrario, mi mano se va a rozar con la de él y vamos a saber que tenemos la piel suave, los dos y que hace mucho no nos acaricia alguien con ganas de amor.

Todo es más grave que lo que estoy narrando…

Nos podemos enamorar, soy una visionaria. Es grave, estamos totalmente comprometidos. Él con su vida llena de por menores como me lo ha contado mientras se enfría Bogotá y yo con mis compromisos con los que parezco una mujer de más de 50.

La mujer obtiene su café, se marcha con Facundo el marrón y volvemos a quedar solos con un cubo de hielo entre los dedos, como si estuviéramos abrazando un iceberg o fuéramos esquimales.

Como cuando me invitó a salir, vuelve a llenarse de valor es un guerrero, uno de esos que se enfrenta hasta con el miedo y decide acercarse mas, yo sé que está mal pues no he dejado de ver su boca una sola milésima. Tenemos algo en común, el tono de los cachetes y el tono de sus labios; son claveles que no han sido sembrados. Tienen forma de corazón, la línea que los contiene está perfectamente delineada como si fuera un territorio que tiene fronteras, en el que nadie entra. Al final de cada frase los humedece como hidratando las palabras con las que me va a mojar, y sus dientes un poco desviados de la vida misma no le incomodan. Cuando siente nervios aprieta con fuerza lo que no debe decir, lo sujeta para que no me vaya a empujar, pues conoce el poder de cada sílaba.

…Se está acercando y yo solo les puedo contar a ustedes esta historia ¡diablos!.

…Se acercó.

Me ha acorralado en el lugar donde quiero estar acorralada, tiene sus ojos sobre mí, me dice que tengo ojos grandes y redondos, de esos que ha visto ya pero no del color en el que se hunden los que me han dado, me toca la cara, se acerca más. Tengo miedo, pero no soy capaz de levantarme de la mesa, ni siquiera de correrme hacia atrás.

Tengo claro que no voy a dejar que me bese, lo tengo claro ya, pero solo quiero que me sienta un poco cerca. No es pecado ¿verdad?, si lo es ahórrense las explicaciones, la moral y todos esos cuentos que no me han visto nerviosa desde años atrás.

Hace frío, la ciudad está colérica y no se calma, la ciudad es una persona, tiene actitudes de ser, y por eso hay que hablar de ella como un ser común y corriente que también tiene mini-habitantes.

Ahora mi pelo liso, ese que me arreglé para que no pensara que soy una mujer abandonada es acariciado por el viento y la furia de ella, de esa ella de la que ya les hablé. Se interpone entonces entre los dos, porque yo no tengo motivo aparente para dejarlo. Seguimos hablando de cosas que no recuerdo bien, pero sé que no era nada importante, debería recordarlo pero no tengo memoria, algo falla en mí, solo puedo recordar cosas que relaciono bajo el color y sensaciones que ya he vivido…

Estamos a cuatro centímetros de cada uno, el café va a terminar, no puedo siquiera saber en que momento lo bebí, ni en que momento decidí dejarlo ahí. Él también sabe que no me va a besar, creo que me respeta. Sonrío porque lo acabo de descifrar, y ¿no les ha pasado que sienten que los órganos están danzando? bien, si no les pasó tampoco me importa, en serio.

Sé que el páncreas estaba a punto de colapsar, igual los riñones, la vesícula, el corazón y el hígado.

Siento la poca piel que se puede tocar en su cara, paso por sus cachetes con mi barbilla y sonrío con la mitad de la cara…me puede besar, pero no lo hará. Quiero creer ahora que me respeta y eso conlleva a que me quiera. Entonces con un gesto suave, digno de él, de un él y yo, junta su nariz con la mía, y así su frente con la mía, y así su mano izquierda con mi mano izquierda sobre mi pierna, suspira y despega todo en menos de dos segundos pensando que se irá, que nada vale la pena…

Corre su silla de metal con detalles ocres hacía atrás, golpea la mesa y me abraza… como si nada pasara.

Se me escapa una carcajada y no lo puedo creer, ya voy a cumplir 20 y me siento de 10. Recibe una llamada y se tiene que marchar. Como si Bogotá se indignara por su ausencia finalmente libera el aguacero que habíamos esperado horas atrás, la luz naranja sigue incesante y penetrante en las calles suaves, milagrosamente o instintivamente tengo una sombrilla que le muestro diciéndole que se va a mojar, porque evidentemente esta noche no va a dormir en mi casa…

Me responde que lo van a recoger y por eso mismo yo voy a sentir más frío que él, y siento una nostalgia que no me abrumaba desde que Romelia no ha querido volver.

Entonces llegan por él, abro la sombrilla para recordarle que soy más propensa al helaje. Alguien nos observa desde el carro gris, a él le deja de importar, tiemblo no sé si de frío o de nervios, pero da igual, tiemblo y él se toma su tiempo para ver mi metro sesenta y ocho y abrazarme en la inmensidad.

Me quedo estupefacta mientras me dice “avísame cuando llegues a casa” y camina ignorando todo lo que no soy yo, tiene un detrás ingenioso, uno que produce curiosidad y entonces se marcha…

Asoma su cara, lo alcanzo a ver por la ventana...esta vez tampoco puedo identificar su color de piel, estoy perdida, si lo veo en la calle lo podría confundir, el color de piel es determinante, nadie tiene sus marcas, su color ¡maldita sea! no sé si me quiere volver a ver, y si no lo vuelvo a ver no lo podría reconocer ni para decir “ahí va, pero mejor me quedo aquí sentada”, es frustrante pero no pasa nada…

Se ha ido ya, estoy con mi sombrilla de rayas rojas y blancas parada esperando síntomas de gripa o de algo que me haga sentir viva, he vuelvo a mi realidad, debo recordar que mi vida tiene compromisos y que la libertad es utopía.

…No sé si estoy intrigada, solo no me acostumbro a estar abandonada y a vivir sola como una mujer acompañada.