jueves, 22 de octubre de 2015

Los colombianos

Hoy me pasó algo que me hizo reflexionar sobre lo ridículos que somos a veces los colombianos... para los que no viven en Bogotá los voy a poner en contexto para que no digan que asumo cosas que no van a entender.

Todos los días más del 50% de la gente de Bogotá usa el transporte público, eso es mucha gente y más si la reunimos en hora pico... la mayoría se pone cita en estaciones o paraderos para lograr tomar un sistema asqueroso y poco eficiente llamado Transmilenio, que se inventó un ex alcalde supuestamente experto en solucionarle la vida a la gente por todo el mundo con su increíble manejo del urbanismo, la movilidad y todo ese cuento que no me le creo cada que son las 6 y tengo que esperar 40 minutos un K86 en el que haya un hueco para embutirme y finalmente llegar a mi casa.

Hoy como todos los días ordenadamente hice la fila detrás de más o menos 35 personas, me subí al bus, como pude me acomodé igual que los 35 y los otros tantísimos que ya iban subidos, el bus andó 4 estaciones aproximadamente, se siguió llenando de gente, en la siguiente dos señoras intentaron subir por las puertas diseñadas para el mismo fin pero les fue imposible, por lo que decidieron entrar por la puerta de la mitad, acercarse al tablero, pasar su tarjeta y pagar el pasaje como si se hubieran subido por la principal.

De un momento a otro, un señor empezó a gritarle a estas dos señoras que tenían cara de ser mamás, que se veían cansadas y estaban en esos tacones que les exigen usar las oficinas con el cuento de la formalidad... no le bastó con usar el tono incorrecto sino que empezó a decirles montones de cosas que no me gustó escuchar, pues habían pagado su pasaje y no se habían robado nada, solo no habían podido usar la puerta principal... "ladronas", "conchudas", "por eso estamos como estamos", "que tal estas mujeres de ahora", "bájenlas"...

Quise hacerme la idiota, me puse los audífonos, pero no pude, ese anciano no se callaba y detrás de él otros valientes hombres que reclamaban que alguien que ya había pagado su pasaje honestamente se bajara por no usar una maldita puerta... sin más me di la vuelta y grité ¿POR DÓNDE MÁS QUIEREN QUE SE SUBAN? ¡AL MENOS PAGARON EL PASAJE!

En un abrir y cerrar de ojos tenía gente gritándome por lo que era obvio y nos hicieron saber con la voz entrecortada esas mujeres... una mamá que tiene 2 niños esperándola en la casa para hacerles comida, ayudarles con las tareas, dejarles listos los uniformes, intentar tener una vida y descansar, no puede esperar otro bus 30 minutos más porque es el único tiempo que pueden dedicarles en el día... pero claro, hablar desde nuestra comodidad es tan sencillo que nos atribuimos el derecho a juzgar.

Sin notarlo me enredé en una pelea con el anciano irrespetuoso que las agredía... su respuesta todo el tiempo durante el cruce de palabras era que me lanzara para administrar el sistema si me parecía tan malo, porque como siempre los colombianos al final le echamos la culpa al que intenta hacer las cosas bien, pero no al sistema con frecuencias mal calculadas y al que poco le importa nuestra comodidad aunque le paguemos una buena tarifa... él no entendía porque entre tanta indiferencia alguien se había atrevido a ponerlo en su sitio, otros decían que merecía respeto por su edad (aunque él no lo diera), y así seguí escuchando los argumentos de peso de la gente del bus, cómo que dejara de ser sapa, que yo también era mujer y por lo que le entendí a los valientes hombres "las mujeres no tenemos derecho a opinar porque somos mujeres". Sin pena, entre ellas y yo seguimos respondiéndoles hasta que un silencio desconcertante se tomó el ambiente.

En la calle 45, justo donde el bus para 2 veces (una para que la gente entre, y otra a la media cuadra para que la gente baje y nadie entre por la mitad), un vivo se metió Y NO PAGÓ. El anciano solo se quedó viendo y guardó silencio absoluto... ¡ERA MI OPORTUNIDAD! Pegué un grito y empecé a decirle que ahora si alegara, que dónde estaba el hombre macho que hacía respetar el sistema, que bajara al que no había pagado, que ese sí era un ladrón al que ni siquiera le daba pena que todos lo estuviéramos viendo... el señor solo calló, y si no es por el señor de Transmilenio el descarado se queda parado ahí, así como así, porque como buenos colombianos cuando vemos que alguien hace el mal, de frente y sin asco, no somos capaces de decir nada.

Después de un mal momento me puse a pensar y concluí que: los colombianos EN CADA ÁMBITO DE LA VIDA Y LA COTIDIANIDAD, intentamos joder al que intenta hacer el bien, pero callamos cuando la sociedad en realidad nos necesita para comprometernos con lo que nos compete.

Y lo más triste, que todavía hay mucho viejo güevon (y quizá con nietos), transmitiendo que ser mujer es ser minoría incompetente.

Por favor la próxima vez que nos vayamos a comportar como imbéciles y tengamos ganas de irrespetar por deporte, callémonos y sigamos siendo la misma plaga indiferente de siempre.

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