domingo, 12 de mayo de 2013

La certeza que es persona



A veces pareciera ser que de pequeños a grandes cambian los gustos, la forma de ver la vida y hasta las prioridades... yo creo que es mentira, solo aprendemos a preocuparnos más, a disfrutar menos y a ver más errores en los pequeños detalles que al final solo nos llenan la vida.

Aún recuerdo como los momentos más angustiantes de mi vida eran cuando mi mamá se enfermaba, y entonces mi papá tenía que despertar temprano, hacernos agua de panela y pan a mí y a mi hermana antes de ir a estudiar, plancharnos el uniforme, ayudarnos a hacer tareas y preocuparse por mamá, aunque él no se diera cuenta que también estaba siendo una. Como me acostaba, pequeña e inofensiva, y no dormía, porque el mundo se podía caer al otro día pero la pastilla de mamá no podía esperar, ni los paños húmedos para bajarle la fiebre o sobarle el estómago para que pudiera descansar aunque fuera unas horas...

Todavía y aunque la memoria me falle, recuerdo con zozobra la primera ida de mamá al hospital estando pequeñas, recuerdo que esa noche me arrodillé, cerré los ojos y pedí con el corazón pequeño que tenía y que a veces tengo todavía, que mamá volviera a casa. A veces la incertidumbre es una persona, una persona que amas y que por alguna razón que nunca vas a entender tiene que enfermarse.

Todavía puedo recordar como se nos aguaban y se nos alegraba la vida al verla llegar a casa, como la consentíamos -ahora la consentimos de una manera distinta porque ya casi no se enferma, y eso es lo mejor que alguna persona puede ver para vivir-, como papá descansaba porque al final el sabía ser papá y sin mi mamá su vida a lo mejor hubiera estado incompleta.

Aún en cada trasteo encuentro las cartas de amor eterno que se hicieron esos dos, y que 26 años después viven de una manera distinta, pero la viven, como la eternidad existe solo para algunas personas en el mundo, como aún están en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, en la abundancia y en la escasez... como aman, como odian, como viven, como no viven, como se cansan... pero como a veces pareciera ser que de pequeños a grandes no cambian los gustos, la forma de ver la vida, ni las prioridades.

Todavía recuerdo la primera vez que me gradué y mi mamá lloró y se abrazó con mi papá y todo parecía decir que los pequeños detalles, como ver a un hijo subido recibiendo un diploma y tener la vida, la salud y la fortuna de verlo y que nadie más les tuviera que contar, era todo lo que necesitaban.

Y ni para que les cuento de todas esas veces que se alegraron por mis boletines, y me corrigieron por no hacer lo que me habían enseñado, y cuando hicieron un complot con mis amigos para celebrar mis 15 años en la calle de mi casa con parranda vallenata, o de todas las cosas que ella y papá, mi segunda mamá, dejaron de comprar para darme casa, comida, uniformes, útiles, un buen colegio, la oportunidad de ir a la universidad, y pensar que todavía están vivos para verme y para verlos triunfar... a veces pareciera ser que de pequeños a grandes cambian los gustos, la forma de ver la vida y hasta las prioridades... pero todo esto a mí me demuestra que es mentira.

A veces la certeza es saber que los vas a volver a ver, que en unos años serás tú quién celebre su vejez, su salud, sus triunfos, los estudiantes de cada uno que ya estarán grandes y los saludarán cuando salgan a comprar fruta, a veces un solo recuerdo, que una sola persona todavía tenga presente que vos existes me hace pensar que la vida no cambia, que los que cambiamos somos nosotros... a veces la certeza es saber que la muerte llegará, pero que al menos nos cogerá a todos con la sonrisa puesta, con el alma libre y la memoria fresca.

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