
Sonaba la opera 57 de Shostakovich y con ella las gotas de lluvia hacían melodía, un, dos, tres, cuatro, caían y caían, corrían y se convertían en el agua que bajaba de la canal y yo incesante y preocupada por la vida me reía nerviosamente de lo que sabia, venía.
Brincaba como una pequeña bailarina al son de dos melodías diferentes y escurridizas como aquel amor que a mi vida no volvería... entonces mis lágrimas se confundían con el agua que de las nubes caía y cuando menos lo pensé, me resbale en esta extraña travesía, no era mi primer golpe y tampoco el ultimo que me daría, me pare como si nada hubiese pasado, al fin y al cabo tengo la posibilidad de sanar las células del alma marchita y empecé a cantar con una voz ya ronca de gritarle al viento que me espere y a los pájaros que me eleven para verlo sin mis caricias.
Poco a poco me fui callando, la música se fue silenciando, y yo me senté en las baldosas rojas y sucias por mis pies, no importaba si una ves mas me resbalaría, me puse sandalias, que combinaban con las uñas que ya se habían desgastado en el camino de la existencia tardía, y corrí, corrí segura de donde me dirigía, me posé en mis entrañas y conocí lo que era Angélica María, desde ese día no volví a desconfiar del mundo, ni de mi camino, ni de mi sonrisa.
Fue ese día entonces cuando ella susurro con la lluvia: nunca me volverás a ver, porque he viajado al centro de mi alma, al centro de mi vida.
Brincaba como una pequeña bailarina al son de dos melodías diferentes y escurridizas como aquel amor que a mi vida no volvería... entonces mis lágrimas se confundían con el agua que de las nubes caía y cuando menos lo pensé, me resbale en esta extraña travesía, no era mi primer golpe y tampoco el ultimo que me daría, me pare como si nada hubiese pasado, al fin y al cabo tengo la posibilidad de sanar las células del alma marchita y empecé a cantar con una voz ya ronca de gritarle al viento que me espere y a los pájaros que me eleven para verlo sin mis caricias.
Poco a poco me fui callando, la música se fue silenciando, y yo me senté en las baldosas rojas y sucias por mis pies, no importaba si una ves mas me resbalaría, me puse sandalias, que combinaban con las uñas que ya se habían desgastado en el camino de la existencia tardía, y corrí, corrí segura de donde me dirigía, me posé en mis entrañas y conocí lo que era Angélica María, desde ese día no volví a desconfiar del mundo, ni de mi camino, ni de mi sonrisa.
Fue ese día entonces cuando ella susurro con la lluvia: nunca me volverás a ver, porque he viajado al centro de mi alma, al centro de mi vida.
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